Elden Ring Nightreign: Un refrito frenético que no puedes dejar de jugar.

Cuando FromSoftware lanzó Elden Ring en 2022, no solo redefinió el género soulslike, sino que lo elevó a un nuevo estándar en diseño, libertad y narrativa ambiental. Ahora, con Elden Ring: Nightreign, nos llega una propuesta que se aleja de la fórmula tradicional sin romper del todo con ella. No es una secuela, ni un DLC clásico, ni un experimento independiente. Es, más bien, un remix: un spin-off que recicla gran parte de la esencia de Elden Ring, pero la reordena para ofrecer una experiencia cooperativa con un marcado giro roguelike, que resumo en los siguientes puntos:

Una idea arriesgada que funciona mejor de lo esperado

Nightreign no pretende reinventar la rueda. Su propuesta es clara desde el primer momento: combate intenso, atmósfera opresiva y un diseño de mundo que vuelve a poner a prueba nuestros reflejos y paciencia. Sin embargo, su mayor innovación está en el formato: este título está diseñado para ser jugado por tres personas, como una fusión entre Elden Ring, Left 4 Dead y Hades.

Cada partida se convierte en una carrera contrarreloj cargada de tensión táctica, donde la comunicación con tus compañeros y la capacidad de adaptación son más importantes que la precisión individual. Las rutas cambian, los jefes aparecen en momentos distintos y las recompensas aleatorias pueden condicionar toda la partida. Este enfoque cooperativo no solo aporta frescura al género, sino que genera una sensación de desafío compartido que lo distingue de otras experiencias soulslike, mucho más centradas en la experiencia individual.

Tras muchas horas de juego, puedo decir que la comunidad ha sido una de las grandes sorpresas positivas del título. Todas mis partidas las he jugado con personas desconocidas a través de Discord y, en cada sesión, ha reinado un ambiente de risas, compañerismo y auténtico disfrute. Hasta ahora, no me he encontrado con toxicidad ni malas experiencias, lo cual dice mucho del tipo de jugadores que atrae Nightreign.

Sí, es un refrito. Pero qué buen refrito

Hay que decirlo sin rodeos: Nightreign recicla gran parte del contenido de Elden Ring (y de otras entregas). Desde jefes hasta armas, animaciones e incluso algunos escenarios, todo resulta familiar para quienes hayan recorrido las Tierras Intermedias. Sin embargo, esa reutilización no es necesariamente negativa. Al reorganizarse en un contexto completamente distinto —más breve, más frenético y más aleatorio—, el contenido adquiere una nueva vida.

No hay exploración a gran escala, ni un mundo abierto por descubrir. En su lugar, Nightreign ofrece mazmorras interconectadas generadas proceduralmente, desafíos rápidos y combates que exigen coordinación constante. Es el tipo de “más de lo mismo” que se siente fresco gracias a su estructura distinta y a un sistema de progresión que se adapta mejor a sesiones cortas pero intensas. Elden Ring: Nightreign sabe que ya has jugado al original y apuesta por un gameplay directo, frenético y adictivo.

Clases que brillan por su versatilidad

Una de las mejores decisiones de diseño de Nightreign ha sido su sistema de clases. Lejos de ser simples variantes de arquetipos clásicos, aquí cada clase está diseñada para funcionar en sinergia con las demás. Desde el saqueador, con sus habilidades de soporte, hasta la duquesa, especialista en sigilo y sangrado; pasando por la reclusa, con un estilo de magia más complejo, y el ejecutor, que asume el rol de principal fuente de daño, cada rol aporta algo imprescindible.

Cada clase se puede personalizar y evolucionar a medida que avanza la partida, desbloqueando habilidades pasivas y activas que permiten modificar el estilo de juego sin romper el equilibrio. Cambiar de clase entre runs, o dentro del mismo equipo, abre muchas puertas estratégicas y da lugar a combinaciones muy divertidas que mantienen el juego fresco durante decenas de horas.

Un cooperativo obligatorio (y con matices)

Si hay un aspecto que puede resultar divisivo, es el enfoque casi obligatorio del multijugador. Aunque Nightreign permite técnicamente jugar en solitario, la experiencia se vuelve artificial y desbalanceada sin un grupo completo. Eso sí, FromSoftware ya ha confirmado que trabaja en mejoras para el modo de dos jugadores.

En cooperativo, sin embargo, el juego brilla. La cooperación no es opcional ni cosmética: es la columna vertebral de la experiencia. Coordinar ataques, cubrir flancos o sacrificarse para distraer a un jefe se convierte en un momento épico que rara vez se encuentra en otros juegos del género. Pero también es cierto que este enfoque deja fuera a quienes prefieren la experiencia individual, algo que la saga Souls siempre había respetado.

Difícil, pero sin frustración

Uno de los elementos más sorprendentes de Nightreign es cómo consigue mantener un nivel de dificultad elevado sin caer en la frustración típica del género. El jefe final es implacable y las derrotas se acumulan con facilidad. Sin embargo, gracias a la variedad de estrategias, la rotación constante de enemigos y la naturaleza cambiante de los escenarios, cada derrota se siente distinta.

No hay sensación de toparte con un muro imposible. Cada intento es una nueva oportunidad de probar algo diferente, ajustar tu enfoque, aprovechar sinergias entre clases o simplemente sincronizarte mejor con tus compañeros. Esta variedad, junto al ritmo más rápido y menos punitivo, hace que Nightreign sea mucho más accesible emocionalmente que otros títulos del género, sin perder su esencia desafiante.

Un descanso activo mientras llega lo grande

Elden Ring: Nightreign no es la evolución definitiva del soulslike, pero tampoco lo pretende. Es una reinterpretación creativa, divertida y adictiva de un universo que ya conocemos. Aprovecha lo mejor de Elden Ring, lo mezcla con dinámicas cooperativas y lo condimenta con una pizca de roguelike, consiguiendo algo que, sin ser revolucionario, resulta irresistible para los fans del género.

¿Quieres perderte durante horas en una espiral de acción, estrategia y frenetismo mientras esperas la próxima gran obra de FromSoftware? Nightreign es justo eso: un puente brillante entre lo que siempre han sido los souls y el incierto, pero prometedor, futuro del género.