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Saekano: La luz de Katou iluminará a un género (recomendación)



Saekano (“Saenai Heroine no Sodatekata”) es un anime producido por A-1 Pictures que está compuesto por 2 temporadas, una de 12 y otra de 11 caps. Su trama es estereotípica, en su primera court cimientan sobre bases de harem genérico y eso es lo que no me gusta (creo que en los post de “las quintis” he expresado ya mi odio eterno hacia estos animes para pajeros) porque en este tipo de series tienden a hacer de sus personajes sacos de patatas hiper sexualizados; y, sabiendo esto, ¿por qué estoy escribiendo sobre este anime si ya he dicho en varios escritos que la base de su género no me gusta nada? Pues bueno, aunque me guste echar sal y ragear (desahoga mucho, la verdad), Saekano tiene a Megumi Katou; y por mi amor hacia ella no estoy expulsando brea negra proveniente de mi corazón sobre la obra.


Nos encontramos frente a un anime que sigue las andanzas de Aki Tomoya, un otaku de 16 años, al que se le mete en la cabeza hacer el mejor juego “galge” (de citas, en idioma de gente normal) por haber visto a una chica sobre la colina de al lado de su casa (Katou, no sabes lo que hiciste al pasar por ahí). Nuestro incel protagonista creará un grupo doujinshi (amateur) para poder sacar en un futuro su juego a flote, reuniendo en él a 4 chicas; una dibujante, Eriri, la escritora Utaha y la cantante (y prima norteña, como bien dice mi amigo Ricardo) Micchiru. En el trascurso de la primera, y en parte de la segunda, seguiremos a estos críos en una trama más cliché que la de un juego de David Cage y con una dirección, eso sí, bien pensada. He dicho que son 4 chicas, y solo nombré a tres; pero mencionar a Megumi con una presentación (bastante pequeña) como la que hice con el resto del reparto no es ser ni justo ni cabal; así que en el resto del artículo me encargaré de hablar como, mediante un personaje bien escrito, un anime así se puede transformar en una obra de notable alto.



Dije que la primera season tiene una base de harem común, y, aunque no diré que es un mal necesario (lo es, os mentí, perdón), llega a penas a un cinquillo (son 6 créditos igual, pero esto no es la uni) solo por su dirección y paletas de colores, y alguna escena que servirá como teaser para lo que depara su futuro. La grandeza de Saekano se encuentra en el destrozo delicado pero firme que le hace a las bases del harem normalizado actualmente, coge a Eriri y a Utaha para darles algo más que un estereotipo (amiga de la infancia y senpai tsundere) para presentar una historia real sobre la evolución que tienen los creadores y artistas durante su temprana vida laboral (son niñas de 16 y 17 años al comienzo de la obra) que estremece por lo vívida que puede resultar y lo bien que muestra el mundo de los círculos amateurs japoneses, que me hace sentir esas ganas que tiene un creador de contenido de crecer; pero, sobre todo, estos conceptos iniciales se ven removidos por mi amada “main heroine”, por “the besto waifu”, por Megumi Katou.



Diréis que estoy exagerando con ella, y, puede (NI DE COÑA, QUIEN DIGA O INSINÚE ESTO AL PAREDÓN); pero, cuando encuentro algo bueno en un género que considero tan infecto, me emociono al ver que todo puede tener salvación. Katou empieza apareciendo de fondo y no existe (de echo, Aki no la nota durante un año entero), quieren hacer de ella una heroína de anime común, se mimetiza con el ecosistema en el que te encuentras y hace desaparecer su presencia, es alguien normal metida en una obra repleta de estereotipos en la que no pega (tampoco lo haría en cualquier otro tipo de anime, hacedme caso); pero poco a poco se hará paso en el escenario, silenciosa, para atraer los ojos de todos a su rostro en cualquiera de las apariciones que tenga. Ella se revela, no dice “baka”, llora si lo debe hacer o tranquiliza al personal, es distinta, una persona; funciona como el pegamento de los miembros protagonistas y les hace avanzar hacia una mejor versión de estos utilizando, a su vez, la dirección a favor de esto mismo. Si tuviese que decir algo sobre la trama real del anime, es que va sobre como un pobre otaku escandaloso descubre que la gente real no es un personaje 2D. Megumi evoluciona también, progresivamente; pasa de mostrar siempre una cara pacífica a poder expresar lo que piensa, ¿o siempre lo hizo y no nos dábamos cuenta por la visión que tenemos en sí de este tipo de género? Tomoya, y el espectador, se enamora de sus expresiones y descubre la tridimensionalidad gracias a observarla y pasar el rato con ella; su relación, al principio tóxica y pesada (memeable adrede, el autor quería acentuar el cambio en su obra) se acaba convirtiendo en algo perfecto y bello de ver.